Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» 9 Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
El Papa Benedicto XVI, en su Visita Pastoral a Venecia (8 de mayo 2011), pidió a la Iglesia, que imitara "el ejemplo de Zaqueo" y exhortó: "¡No tengáis miedo de ir contra corriente para encontrar a Jesús, de apuntar hacia lo alto para cruzar con su mirada!"
"De este encuentro con Jesús nace una vida nueva para Zaqueo: acoge al Señor con alegría, descubriendo finalmente la realidad que puede colmar real y plenamente su vida".
MeditaciónTodos los pasajes evangélicos son fascinantes, atrapantes y cautivantes, llegan para revitalizar nuestra existencia árida, como el agua a calmar la sed de un hombre del desierto. A medida que peregrina por todo su ser, lo va nutriendo de vitalidad, reanimando además de su cuerpo cansado y su mente embotada, sus anhelos, ilusiones y sueños. Nutre su cuerpo débil y su alma desolada, elevándolo por encima de tanta mediocridad para anunciarle una tierra donde" mana leche y miel".
La Palabra de Dios refresca nuestra existencia árida y polvorienta, manifestándonos toda su belleza, "tu Palabra Señor, es la Verdad y la luz de mis ojos". Esta belleza cautivante, nos atrae irresistiblemente al encuentro con el Señor, la Palabra Eterna.
El Concilio Vaticano II ha puesto en el corazón del pueblo sediento, la Palabra, el "agua viva" que revitaliza la vida del cristiano. La Palabra está en medio del Pueblo de Dios y habla al oído del hombre creyente. Nos ha recordado el Salmo:
"ojalá escuchen hoy la voz del Señor, no endurezcan el corazón"(Sal 95,8-9).
Le necedad del corazón humano cuando no escucha a Dios, es escandalosa. Vaga desconcertado de un lugar a otro, como un alma en pena, buscando una respuesta a sus interrogantes, a pesar de ello Dios no lo abandona.Meditación completa del Diácono Jorge Novoa en Fe y Razón
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