La SED ... de AMOR, de JUSTICIA ... la sed de DIOS

1. La sed...

1.1 Hay un denominador común en las lecturas de este domingo: la sed. Ello encaja con el acento "bautismal" que es propio de este Ciclo A de lecturas, y que se irá acentuando con los textos del evangelio de Juan que nos guiarán hasta el final de la Cuaresma. propósito de hoy: admirar más y más el poder del agua que nos regenera, agua que "salta hasta la vida eterna."

1.2 La Cuaresma, en efecto, puede ser vista como un camino de recuperación de la gracia bautismal. Es también como ir al desierto con el pueblo elegido que ha salido ya de Egipto pero aún no entra a la tierra prometida. Y es como estar con Jesús en aquel desierto al que fue conducido por el Espíritu Santo. Es normal que se sienta sed, y es bueno: porque esa sed nos conducirá al Manantial de la vida.

2. La rebeldía

2.1 El pueblo torturado por la sed no soportó más y terminó hablando mal de Dios y de Moisés, su enviado. Miremos atentamente qué les sucedió a ellos y veámonos quizá retratados en el proceso que hicieron y que les condujo a rebelarse contra Dios.

2.2 Ante todo, es explicable su disgusto, y muy humano: si hay una sensación poderosamente desagradable y agobiante es la sed. Pero sobre la base de esa sensación no hay una reacción predeterminada. Es posible sufrir y confiar o sufrir y ya no confiar. Es posible hacer del dolor del desierto un camino que nos une más a Dios y que nos une también entre nosotros mismos, o un camino que nos aparte de Dios y de los hermanos. Finalmente la decisión no la toman las circunstancias: la tomamos nosotros.

2.3 Observemos, aún más, que el dolor nos obliga a hacer una pregunta. En el caso de los israelitas la pregunta era: ¿Con qué propósito nos sacó Dios de la esclavitud? Esa pregunta se convierte en rebeldía cuando se presupone que Dios no es de fiar. En este caso la interrogante se vuelve lo que hemos oído: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" Hablando así, el hombre renuncia a apoyarse en Dios sin tampoco encontrar otro apoyo, porque no lo hay. De este modo, la rebeldía se vuelve suicidio, apelación a la nada. Perder a Dios, aunque sea sobre la base "razonable" del dolor, es perderlo TODO.

3. Si conocieras el don de Dios

3.1 Una de las tragedias del dolor es que nos enceguece porque nos obliga a mirarlo a él, a concentrar nuestra atención en él. Incluso en cosas tan elementales como puede ser un dolor de muela experimentamos que sentir sufrimiento es algo que encadena nuestra atención y casi nos obliga a agacharnos y dejar de lado nada que no sea que estamos sufriendo. Lo mismo vale, y con más razón, para dolores que son más continuos y profundos, como es el dolor de la soledad, el de un duelo o el de un fracaso.

3.2 Aturdidos por la pena o el fracaso deberíamos sin embargo escuchar lo que Jesús tenía para decirle a la mujer samaritana, que llevaba su propia y pesada carga de vacío afectivo y existencial: "si conocieras el don de Dios..." Admiremos la delicadeza de esta invitación y la profundidad de las palabras que invitan a buscar el pozo de aguas verdaderas.

3.3 La samaritana intentaba huir de las preguntas de Cristo. Cambiaba de tema, procuraba ocultar su verdadero problema, que finalmente quedó a la luz cuando Jesús le habló del marido, porque precisamente ella no lo tenía aunque lo había querido tener. Conduciéndola a su verdad, el Señor la llevó a descubrir su necesidad, su sed, y a través de ella, la gracia de un agua de vida, agua que sacia y no engaña.

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