La Cizana Mateo - 13, 36-43 - Sólo Dios conoce el corazón de cada uno



Mateo 13, 36-43

En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. Él les contestó: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

Reflexión:

La semilla que el sembrador deposita en tierra, durante días, incluso semanas o meses, permanece escondida mientras se fecunda y fertiliza. Después, poco a poco, inicia una pequeña planta que con el tiempo acogerá a las aves del cielo, dará sombra al caminante cansado y lo alimentará con sus sabrosos frutos.

Cristo sembrador pasa junto al surco de nuestra vida y deja caer sus semillas de variadas virtudes. Aunque para nosotros es imperceptible, Él deposita en nuestros corazones el germen para ser caritativos, pacientes, humildes, fieles, sencillos, generosos. Con el sucederse de los meses y de los años nuestra personalidad se enriquece con las virtudes que afloran en nuestro comportamiento cotidiano en beneficio de los que nos rodean, familiares cercanos o personas con las que entramos en contacto.

Es inevitable que, junto con el buen fruto, surja en el campo de modo espontaneo abrojos y plantas silvestres que el buen agricultor quitará oportunamente para que los frutos se desarrollen con plenitud lozanía.

Discordias, malos entendidos, envidias, rencores, pereza, pasiones, deseos desordenados son las plantas silvestres que anidan en nuestra naturaleza y que afloran sin previo aviso. El buen cristiano acude a la confesión donde Cristo jardinero toma todas nuestras hierbas y actos malos y los arroja fuera de nuestra alma para que nuestro corazón brille como un campo limpio y abundante de frutos.

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